A medida que el desempleo crece en el mundo, se vuelven a oir ecos del viejo libro de Jeremy Rifkin, «The End of Work». El argumento del libro era que, en el futuro, no va a haber trabajo para todos. El corolario es que hay que racionalizar el trabajo, instaurar jornadas cada vez más cortas, de modo de que todos podamos trabajar.
El argumento es un disparate grande como el agujero de los bancos. Primero que nada, si no hay más trabajo por hacer, y hay mucha gente queriendo hacerlo, qué más queremos? Muchos preferirían quedarse en sus casas, salir de vacaciones, etc.
Pero el otro argumento es más básico. Es verdad que cada vez hace falta menos gente para producir comida, autos, televisores, etc. Yo me animo a afirmar que alcanza con 10 millones de personas para producir todos los bienes que la humanidad necesita. Pero eso no significa que se termine la demanda del trabajo.
Si hago la cuenta de cuantos «full-time equivalentes» atienden a mi familia, el número me da por encima de 10 personas. Entre maestras de mis hijos, limpiadoras, jardineros, mecánicos, guardias de seguridad, profesores de gimnasia, música, etc., sumo tranquilamente esa cantidad. Y ni conté la gente que nos atiende cuando vamos al banco, al cine, al shopping, de vacaciones, etc. Si yo tuviera más dinero, seguramente querría usar los servicios de más gente aún: estaría bueno tener un personal trainer, un profesor de tenis, un personal shopper, atención más personalizada en el banco, etc.
Obviamente, yo soy un privilegiado. Por definición, es imposible que cada persona utilice los servicios de más de un «full-time equivalente». Pero lo que quiero demostrar es que la demanda de trabajo existe, es sólo cuestión de que se encuentre el punto de equilibrio que se perdió.

